viernes, 26 de marzo de 2010

27/02/2010

27 de febrero de 2010, madrugada de un sábado veraniego. Décimo piso, 3:27 am y la tierra se empieza a mover, cada vez mas fuerte. Me paro de la cama hacia el dintel, las luces se cortan, todo a oscuras y lo único que clarifica la penumbra son los faroles de la avenida reventando uno tras otro, todo se cae, copas, platos, vasos, el ruido, el movimiento, el miedo... Todo esto lo hace evidente; estamos en presencia de un terremoto, uno de los grandes. Cuando comienza a caer estuco me preocupo. ¿Se caerá?.. Hay que guardar la calma; Termina el movimiento y hay que vestirse, salir del edificio. La oscuridad y la ausencia de linternas hace todo mas difícil, buscando zapatos, abrigo. Hay que correr, estamos todos en la casa menos mi hermano menor, hay que ir a buscarlo. Todo rápido, histérico y asustado. Bajar diez pisos, con un vestuario improvisado y acompañados del perro, claro, no podíamos dejarlo abandonado, todo un espectáculo, en el primer piso todos aterrados, en pijamas, en toda esta escena surreal incluso figura un tipo desnudo, corrió dormido y no alcanzó siquiera a agarrar un calzoncillo. Hay que buscar el auto, correr a donde está mi hermano menor y buscarlo. Cuando salimos del edificio comenzamos a dilucidar la dimensión de la catástrofe, las transmisiones radiales son casi apocalípticas y la cantidad de autos en las calles sin semáforos ni luces hace todo esto aún más extremo.
La histeria se propaga, las redes colapsan, nadie sabe mucho, sólo sabemos que este desastre natural fue grande, la tierra se movió y nos dejo con mucho abajo, contra la naturaleza no hay nada que hacer... no nos queda más que esperar al sol para lograr dimensionar lo que este remesón dejó...